Origen documentado.

En base a estudios de restos arqueológicos hallados en la Península Arábica se puede afirmar que la utilización del café en ciertas regiones de Oriente Medio data del año 800 d.C.

El primer registro histórico sobre el café se sitúa en la región etíope de Kaffa, en torno al siglo X d.C. Los primeros documentos atribuían a la planta del cafeto propiedades curativas. Al Razí, un médico árabe de la época fue el primero en describir la planta del cafeto, el grano y sus propiedades estimulantes como “muy apropiadas para combatir la melancolía”.

Apenas dos siglos más tarde, sobre el año 1000, otra figura prominente de la medicina árabe, conocido como Avicena, describe al café en su obra “El canon de la medicina” que sobre el 1200 se traduciría al latín. Avicena fue por ejemplo quién primero describió la tuberculosis y diabetes, estableciendo las bases para la correcta comprensión del funcionamiento del cuerpo humano. En el libro se indica que: “El café fortifica los miembros, limpia el cutis, seca los humores malignos y proporciona un olor agradable a todo el cuerpo.”

El primer europeo en analizar y difundir las características del café fue el famoso botánico y viajero Léonard Rauwolf que en el año 1583, quién lo menciona en una de sus crónicas ilustradas: “Una bebida tan negra como la tinta, útil contra numerosos males, en particular los males de estómago. Sus consumidores lo toman por la mañana, en un recipiente de porcelana que pasa de uno a otro y de la que cada uno toma un vaso lleno. Está formada por agua y el fruto de un arbusto llamado bunnu“. Sin embargo no es hasta el año 1753 que Linneo clasifica, de forma definitiva, al cafeto dentro del género Coffea, ya que hasta entonces se agrupaba dentro de la familia del Jazmín (Jasminum Arabicum Laurifolia) tal y como lo había clasificado el notable botánico francés Antoine de Jussieu en 1716.

En lo que respecta al primer español que escribe sobre el cafeto, los registros históricos indican que fue Pedro Paez, un Jesuita evangelizador de las tierras del Yemen y Etiopía. Cuenta la historia que a comienzos del siglo XVII, cayó esclavo y, atado a un camello, atravesó el desierto. Una vez liberado, descubre el Nilo Azul y deja documentado en un voluminoso libro su periplo, en el que describe cómo había probado una infusión amarga de color oscuro y que probablemente era café.

Parece pues que el café fue considerado primero como una bebida religiosa, más tarde como bebida con poderes medicinales. En el siglo XIII se popularizó como bebida estimulante, posiblemente a raíz de la prohibición islámica de las bebidas alcohólicas. En el mundo árabe, hacia el siglo XV, se convierte en la bebida social por excelencia. Es entonces cuando los musulmanes introducen el café en Persia, Egipto y Turquía, donde la primera cafetería, Kiva Han, abrió en 1475 en Constantinopla. Desde su origen las cafeterías adquirieron notoriedad por su lujosa decoración.

El café adquirió tanta importancia y valor, que Arabia quiso reservar la exclusiva de su cultivo y su comercio prohibiendo la exportación de cualquier planta o semilla que no hubiera sido previamente tostada, y por lo tanto fuera imposible de germinar. Durante siglos, los cafetos sólo crecieron en regiones controladas por la cultura árabe.

El café llega a Europa.

En Europa, el café llega a Italia de mano de comerciantes venecianos que comerciaban activamente con él en Oriente. Al inicio hubo dudas respecto a si era o no una bebida musulmana y, por consiguiente, pagana, pero el Papa Clemente VIII (1536-1605), declaró en 1600 que los cristianos podían tomar café sin poner en peligro la salud de sus almas.

La primera cafetería europea se inauguró en Venecia en 1645, pero la que más fama alcanzó fue el Café Florián, acumulando la lista más brillante de visitantes hasta nuestros días. Fue inaugurado el 29 de diciembre de 1729 en la Plaza de San Marcos, y por sus elegantes salones han pasado desde libertinos, como Casanova, a aristócratas, cortesanas, literatos de la talla de Galdoni, y, en tiempos más modernos, Lord Byron, Marcel Proust, Charles Dikens, Ernest Hemingway o Federico Fellini.

La primera cafetería del Reino Unido la inaugura en 1650 un hombre de origen judío llamado Jacobs. A continuación en 1672 el armenio Pascal inaugura en Paris su cafetería en la feria de Saint Germain. Sin embargo, la más auténtica cafetería parisina, con lámparas de cristal, mesas de mármol y espejos, no se inaugura hasta 1686 cuando Francesco Procoppio dei Coltelli, funda el “Le Procope”, que fue además el primer café literario, inmortalizado por su clientela: Boileau, Lafontaine, Molière, y más adelante Voltaire, Rousseau y los Enciclopedistas.

El primer café de Alemania fue fundado por un comerciante holandés, en Hamburgo, en 1677; posteriormente se abrieron cafeterías en Regensburgo, en 1686; en Leipzig, en 1694; en Munich, en 1704; y en Berlín, en 1721. Cuando la pasión por el café era todavía una moda relativamente reciente en Europa, Johann Sebastian Bach compuso en Leipzig, en 1732, su famosa Kaffee Kantate, para dar a conocer la bebida y entretener a los asiduos clientes del Café Zimmermann de la ciudad.

En Austria, fue Franz Georg Kolschitzky, un hidalgo ucraniano, trotamundo, comerciante, espía, diplomático y militar que salvó la capital de Austria del asedio otomano en 1683, quién abrió el café Zur blauen Flasche en 1683, en Viena. Cuenta la leyenda que disfrazado de turco, cruzó las líneas enemigas y trajo refuerzos que dieron la victoria a los Austriacos, siéndole entregado en recompensa toda la provisión de granos de café “requisados” al ejército enemigo (unos 300 sacos). Kolschitzky era muy aficionado a la aromática bebida, pero comprendía que el café preparado a la usanza turca resultaba extraño para el paladar de muchos europeos; entonces, creó una nueva receta: un café ligero, con azúcar y crema, es decir lo que se podría considerar el primer expresso.

En Europa, el matiz social del que ya disfrutaba en los países árabes se instala al más alto nivel. En 1669 el embajador del sultán turco en la corte de Luis XIV impone la moda de tomar café entre los cortesanos. Pero al Rey Carlos II (1675) le preocupa las casi 2800 casas de expendio de café que existen en Inglaterra. Al considerarlos lugares propicios para la sedición cree conveniente dictar una proclama rescindiendo sus licencias.

En 1770, la prohibición en Europa del Café, no desanimó a los consumidores, pero si se encareció mucho su consumo. Se inicia entonces una febril búsqueda de sucedáneos, castañas, bellotas, cereales, nueces, judías, o guisantes que eran tostados de mil formas diferentes con pésimos resultados de sabor. Al parecer sólo la achicoria tuvo un cierto éxito siendo comercializada con el nombre de “café prusiano”.

A España el café llega muy tardío, en concreto en el s. XVIII de la mano de los borbones. Así pues el primer café abrió en el año 1764 de la mano de los comerciantes italianos Hermanos Gippini quienes fundaron la Fonda de San Sebastián en la madrileña calle de Atocha. Alrededor de las tazas de café y de Nicolás Fernández de Moratín se celebraba la tertulia literaria más importante de aquel entonces. En Madrid también destacan como cafeterías emblemáticas las siguientes:

    La Fontana de Oro, aún abierta al público, fundada por un italiano de Verona en la Carrera de San Jerónimo y que fue espacio escogido por Benito Perez Galdós para su primera novela. 

    Café de Madrid donde se forjó la Generación del 98.

    Café Pombo donde tomó café su majestad José I, el Bonaparte impuesto por Napoleón, y al que dedicó todo un libro Ramón Gómez de la Serna.

    Café de la Montaña donde se dice perdió el brazo Ramón del Valle-Inclán a causa de una mítica discrepancia con Manuel Bueno y un bastonazo que éste le atestó, con tan mala fortuna que se le incrustó en el brazo a don Ramón el gemelo del puño de su camisa.

    Café Lardhy cuyas paredes han sido testigo de una importante parte de la historia de España desde que en 1839 lo fundara el francés Emilio Lardhy. Escritores como Azorín, Baroja, Gómez de la Serna, Lorca, Machado, Benavente, Blasco Ibañez,…, pintores, músicos y escultores como Sorolla, Gayarre y Benlliure, han pasado largas horas en sus mesas de caoba. Las mismas desde las que se anunció la derrota en Cuba, las mismas que vivieron los consejos de ministros que el general Primo de Rivera celebraba en las sobremesas y donde Azaña decidió nombrar a Niceto Alcalá Zamora presidente de la II República.

    Café Gijón, fundado en 1888 por Gumersindo Gómez, quién sólo puso una condición para su traspaso: que jamás cambiara de nombre. Sus esmerados cortinajes, sus mesas de mármol blanco y sus asientos de terciopelo rojo cobijaron a Pérez Galdós, García Lorca, Antonio Machado o Rubén Darío. Tras la Guerra Civil Española, Buero Vallejo, Cela, Gala, Jardiel Poncela o Gerardo Diego recuperan las tertulias y lo convierten prácticamente en el último superviviente de una larga tradición madrileña.

Igual que en Madrid, en el resto de España hubo cafés muy importantes. Zaragoza pudo jactarse de tener el mayor café de la Península, el Café de Ambos Mundos, en el cual constaba que en su salón había tantas mesas como días tiene el año, 365.

Barcelona tuvo numerosos cafés literarios y políticos, desde el Café Suizo o el Continental, hasta las peñas del Café de la Rambla o de la Puñalada. El primer café que abrió sus puertas en la ciudad condal fue el Café de F. Martinelli en 1781; más tarde se inauguraron el Café Francés, las Cuatro Estaciones, el Café del Comercio, de la Opera, las 7 Puertas, y un largo etcétera. Reseñar por último Els Quatre Gats que se inauguró en 1897 y dio cobijo al modernismo catalán. En sus tertulias y reuniones participaron Pablo Picasso, Ramón Casas, Santiago Rusiñol y Anglada Camarasa, entre otros.

Europa exporta el café.

La llegada del café a Europa fue imprescindible para su salto a las dos zonas de mayor producción que existen actualmente: América y Asia.

Las colonias de países europeos, como Holanda y Francia, fueron las receptoras de una planta, que no era fácil transportar, pero que se encontró con una climatología idónea para su adaptación y crecimiento.

Los Países Bajos fueron los primeros en llevar un ejemplar de cafeto a su colonia del sudeste asiático, concretamente a Java, donde se convertiría en el precursor de todos los cafetos asiáticos. Esta iniciativa convirtió a Java en 1700 en la primera potencia cafetera del mundo.

En el caso de América, la primera planta de café desembarcó en 1723 en la isla de Martinica, en las Antillas Francesas, tras un viaje lleno de penurias y bajo el cuidado del capitán francés Gabriel Mathieu de Clieu.

Otros países europeos con colonias en América, como Portugal o Inglaterra, impulsaron su cultivo animados por el éxito y la rentabilidad que la producción de café ofrecía a sus países vecinos.

A lo largo del siglo XVIII el cultivo del café se extendió con fuerza por todas las Antillas, América Central y Suramérica: Jamaica, Haití, Santo Domingo, Cuba, Guatemala, Costa Rica, Venezuela, desde donde pasó a Colombia, y por supuesto a Brasil, el mayor productor en la actualidad.

Conscientes de que el clima del ecuador y los trópicos (Cáncer y Capricornio) era propicio y favorable para su cultivo, países que ya habían experimentado el éxito en sus colonias americanas, probaron suerte en las posesiones coloniales en África. Concretamente fue Francia quien inició las plantaciones, primero en las islas Reunión y Mauricio, y luego en el continente, en Cabo Verde. Ya en el siglo XX le siguieron Portugal, en Angola, y Alemania en Camerún.

Hoy en día África se ha convertido en una importante zona de producción, donde los cafetales son una fuente de riqueza que aportan, además, una exquisita calidad, destacando hoy por hoy el café de Kenia.